Pedro –un Pedro plenamente restaurado– tomó la palabra en medio de los primeros discípulos. Recordó el miserable fin de Judas, quien se había ahorcado (Mateo 27:5-8). ¡Horrible muerte, pero una suerte eterna más terrible aún! (v. 25). Luego, basándose en la autoridad de las Escrituras y a la luz de ellas, mostró la necesidad de reemplazar al discípulo caído. Doce apóstoles debían ser los testigos oficiales, por así decirlo, de este hecho fundamental del cristianismo: la resurrección del Señor (1 Corintios 15:3-5). José, llamado Barsabás, y Matías se hallaban entre los que habían tenido el privilegio de acompañar a Jesús durante su ministerio. Tal vez pertenecían al grupo de los setenta que habían sido enviados otrora de dos en dos (Lucas 10:1). Después de haber orado al Señor, quien conoce “los corazones de todos”, para que manifestase su voluntad, echaron suertes y Matías fue elegido.
Echar suertes para conocer la voluntad de Dios no nos corresponde más hoy día, porque el Espíritu Santo está presente para dar a los creyentes el discernimiento que necesitan. Con respecto a esto es interesante comparar esta escena con la de Hechos 13:2, en la cual el Espíritu ordena: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"