Partiendo de un texto del profeta Joel (Joel 2:28-32), Pedro demostró a los judíos que el poder que actuaba en ellos era de origen divino. Cuando oigamos una lectura o una meditación bíblica, nunca olvidemos que Dios nos habla. En su predicación, Pedro recordó la vida perfecta de Cristo, su muerte y su resurrección anunciadas en varios pasajes del Antiguo Testamento y atestiguadas por los apóstoles. Así, a “este Jesús” que el pueblo había crucificado, Dios lo hizo sentar a su diestra, designándolo como Señor y Cristo. ¡Qué terrible debió ser para esos asesinos convencerse de haber cometido semejante crimen! Tocados en su conciencia, los oyentes se compungieron de corazón, es decir, fueron presos de temor y confusión a la vez. ¿Cómo apaciguar a Dios después de tal ultraje? En primer lugar, por el arrepentimiento, respondió Pedro. Este no consiste en un simple pesar por haber obrado mal, sino en un juicio que hacemos juntamente con Dios sobre nuestros malos actos, y en el abandono de la conducta anterior; esa ya es una primera manifestación de fe. Tres mil personas fueron convertidas y bautizadas después de esa primera predicación.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"