Israel era una viña estéril, a pesar de todos los cuidados del divino Labrador (véase Salmo 80:8-9, Isaías 5:2). En contraste, Jesús se presenta como la Vid verdadera llevando fruto por medio de sus discípulos. Pero, así como no todos los pámpanos de una vid llevan el mismo fruto, el Señor hace la diferencia entre los que dicen conocerlo y los clasifica según “los que no llevan “fruto”, “llevan fruto”, “llevan más fruto” (v. 2) y llevan “mucho fruto” (v. 5, 8). Para formar parte de estos últimos se necesitan dos condiciones: morar en él, como la rama está ligada al tronco que la alimenta, y que él more en nosotros, de la misma manera que la rama deja circular la savia, es decir, su vida.
Por otra parte, no olvidemos que si el Padre nos limpia de una manera a veces dolorosa, es para que llevemos más fruto (v. 2). Pero, además, ¡cuántas consecuencias preciosas emanan de semejante comunión! El conocimiento de la voluntad de Dios y, por ende, la respuesta a nuestras oraciones, ya que solo queremos lo que él mismo desea (v. 7), el gozo (v. 11) y, en fin, la aprobación inestimable de Aquel que nos llama sus amigos (v. 14).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"