El discípulo “al cual Jesús amaba”, este es el nombre que Juan toma en su evangelio. Él conocía el amor del Señor por los suyos (v. 1), pero también sabía que era un objeto personal de ese amor y lo gozaba cerca del corazón de Jesús, lugar precioso para las más íntimas comunicaciones. Pero en aquel momento Jesús reveló un secreto terrible. Denunció a Judas, a quien conocía desde el principio (cap. 6:64). Satanás entró entonces en ese hombre que estaba dispuesto a recibirlo y que luego salió a consumar su tremendo crimen (comp. v. 27 con Lucas 22:3).
El Señor habló nuevamente de su cruz, en donde su gloria brillaría en medio de su humillación (v. 31) y de su resurrección, por la cual Dios glorificaría a Aquel que le glorificó perfectamente (v. 32). Pero ¿cómo podrían ser reconocidos sus discípulos de ahí en adelante, si él ya no estaría más en medio de ellos? Por medio de una señal segura: su amor los unos para con los otros (v. 35). ¿Es verdaderamente esto lo que nos caracteriza? ¡Pregunta muy apropiada para sondear nuestro corazón!
En contraste con Juan, quien estaba ocupado en el amor del Señor hacia él (v. 23), Pedro confiaba en su propia abnegación, pero ¡ay!, sin tener en cuenta la advertencia del Señor (v. 38).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"