Para el corazón del Señor la muerte significaba pasar “de este mundo al Padre” (v. 1; comp. 16:28). Pero dejaba a los que amaba en un mundo lleno de corrupción y violencia. Y, como tiene los pies cubiertos de polvo el caminante que va por los caminos, así los creyentes están expuestos, por su constante contacto con el mal, a mancillarse en sus pensamientos, palabras y hechos, aunque están “limpios”, lavados por la sangre de la cruz (v. 10; Apocalipsis 1:5 fin). Pero el Señor es fiel y ha provisto lo necesario, pues vela por la santidad práctica de los suyos. Como gran Sumo Sacerdote lava los pies de ellos; dicho de otra manera, los purifica al conducirlos a juzgarse continuamente a la luz de la Palabra (el agua) que él aplica a sus conciencias (Efesios 5:26; Hebreos 10:22).
Este servicio de amor también debemos ejercitarlo los unos para con los otros. Con humildad, poniéndonos a sus pies, debemos mostrar a nuestros hermanos, por la Palabra, en qué faltaron o a qué peligro se exponen, como nos exhorta el apóstol:
Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre
(Gálatas 6:1).
Queridos amigos, el Señor no dice: Bienaventurados seréis si sabéis estas cosas, sino “bienaventurados seréis si las hiciereis” (v. 17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"