Las palabras con las cuales el criado de Abraham describió a su amo y las riquezas de las que dio algunas muestras conmovieron el corazón de Rebeca. Está decidida: “Sí, iré”, responde (v. 58).
Usted, que con frecuencia ha oído hablar del Señor, que ha gozado de los tesoros de su gracia en casa de sus padres, ¿se ha decidido por él? La pregunta le es hecha hoy: ¿Irá usted? El Espíritu de Dios no le incita a hacerlo dentro de algunos días, o mañana, sino hoy.
Entonces comienza para Rebeca la larga marcha a través del desierto. Ha dejado todo para seguir al criado que la conduce hasta Isaac. Así la Iglesia, Esposa de Cristo, continúa en este mundo –un desierto para ella– su camino de pena y fatiga, pero también de gozo porque el Espíritu Santo la ocupa del Muy Amado, al que no ha visto, pero que viene a su encuentro. «¡Qué momento solemne para tu santa asamblea, cuando la introduzcas en los lugares celestiales!», dice un cántico. ¡Qué momento también para el Señor Jesús! Rebeca fue mujer de Isaac y él la amó a partir de ese momento. Pero Cristo ya ama a su Asamblea. Y su corazón, mucho más que el nuestro, espera ese bendito momento para la eterna satisfacción de su divino amor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"