Es normal que el mundo, donde reina el mal, esté lleno de escándalos y ocasiones de caída. Pero que un cristiano pueda ser tropiezo a los más débiles es infinitamente triste y grave para él.
Aquel que perdona (cap. 7:48) nos enseña cómo debemos perdonar (v. 3-4). Los apóstoles sentían que para obrar según estos principios de gracia necesitaban más fe, y se la pidieron al Señor. Este les respondió que otra virtud era indispensable: la obediencia, porque conociendo y haciendo la voluntad de Dios podemos contar con él. Sí, la fe no se separa de la obediencia ni la obediencia se separa de la humildad. Siervos inútiles: es lo que debemos pensar de nosotros mismos, pues Dios puede trabajar sin nosotros; si nos emplea es por pura gracia. Mas el Señor no piensa así de nosotros, pues nos considera sus amigos (comp. v. 7-8; 12:37; Juan 15:15).
Diez leprosos encontraron a Jesús, clamaron a él y fueron sanos. Uno solo, el samaritano, dio las gracias a su Salvador. Así, en la gran cristiandad, en medio de todos los que son salvos, solamente un pequeño número sabe “volver” para rendir culto al Señor. ¿Lo hacemos nosotros?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"