Echado de Nazaret, Jesús prosiguió su ministerio en Capernaum. Enseñó y curó con una autoridad que no hubiera asombrado a los hombres (v. 32, 36) si estos hubiesen querido reconocer en él al Hijo de Dios. En cambio, los demonios no se equivocaban. Santiago 2:19 declara que ellos “creen, y tiemblan”. Mientras Jesús estuvo aquí en la tierra, la actividad demoníaca se duplicó para obstaculizar la del Señor. Encontraba a estos espíritus impuros hasta en la sinagoga, pero Jesús no les permitía que le diesen testimonio. Los versículos 38 y 39 nos cuentan la curación de la suegra de Simón. Jesús se inclinó afectuosamente sobre la enferma, pues él no se ocupa de nuestros males desde la lejanía. ¿Cómo empleó esta mujer la salud que acababa de recuperar? De una manera que nos habla a todos, “levantándose ella al instante, les servía”.
Si bien Jesús era extranjero en este mundo, no podía permanecer ajeno a las penas y miserias que el mundo padecía. La noche no interrumpía su maravillosa actividad, y desde muy temprano estaba pronto a retomarla, después de haber pasado un momento alejado, a solas con Dios. Esta dependencia no podía ser interrumpida por la gente que buscaba retener al perfecto Servidor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"