El diablo intentó tentar al Señor en el desierto, lugar en donde Israel había multiplicado sus murmuraciones y codicias (Salmo 106:14). El primer ataque del enemigo dio ocasión para que Jesús declarase esta verdad fundamental: el hombre tiene un alma que necesita el alimento espiritual: la Palabra de Dios, de la cual se nutre el ser interior. Luego, a este hombre perfectamente dependiente, Satanás le ofreció todos los reinos del mundo y su gloria. ¡Cuántos han vendido su alma por cosas infinitamente menores! El mundo es parte de la heredad destinada al Señor Jesús. Pero, sea la tierra o un simple pedazo de pan, Cristo no quería recibir nada que no viniera de la mano de su Padre (Salmo 2:8). Entonces Satanás insinuó por segunda vez: “Si eres Hijo de Dios…” (v. 3, 9), como si tal condición tuviera que ser probada. Esto era poner en duda lo que el Padre acababa de proclamar (cap. 3:22); en otras palabras, era tentar a Dios. Jesús no hubiera podido ser un modelo para nosotros si hubiese vencido al diablo en virtud de su poder divino. Triunfó con las mismas armas que están a disposición del hombre: una entera dependencia de Dios, una obediencia absoluta a su Palabra y una confianza inquebrantable en sus promesas.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"