Siempre dispuesto a dejar que se le acercaran, el Señor permitió a la muchedumbre invadir la casa en la que había entrado, e inmediatamente comenzó a enseñar, sin ni siquiera tomarse el tiempo para comer. Nosotros, que a menudo estamos tan poco dispuestos a abrir nuestra puerta a los extraños, a permitir que nos molesten y a cambiar en lo más mínimo nuestras costumbres, tomemos ejemplo de esta incansable abnegación y completo renunciamiento. Pensemos también que quizá un visitante indeseable nos ha sido enviado para que le hablemos sobre la salvación de su alma.
Quizás algunas personas se sientan perturbadas por el versículo 29. Temen haber pronunciado alguna vez, sin pensarlo, una palabra culpable que nunca pueda serles perdonada. Eso es conocer mal la gracia de Dios.
La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado
(1 Juan 1:7).
La blasfemia contra el Espíritu Santo fue el terrible pecado de Israel incrédulo. Este pueblo atribuyó a Satanás el poder del Espíritu Santo del cual Jesús estaba revestido. Esto fue extremadamente grave y contrario al sentido común (v. 26).
En el último párrafo el Señor distingue claramente a aquellos a quienes considera como miembros de Su familia. Hacer la voluntad de Dios era, y sigue siendo escuchar al Señor Jesús y obedecerle.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"