Una segunda curación tuvo lugar en la sinagoga de Capernaum, y nuevamente sucedió en un día de reposo (cap. 1:21). A ese hombre que tenía la mano seca, el Señor le pidió precisamente una acción que era incapaz de cumplir. El hombre hubiera podido contestar: «Ya ves que mi mano está seca y no puedo extenderla». Pero al comenzar por obedecer, dio prueba de su fe, y ella fue la que permitió a Jesús sanarlo. Observemos la dureza del corazón de los que estaban presentes. En vez de alegrarse con aquel hombre y admirar el divino poder de Jesús, esos hombres malvados tomaron dicho milagro como pretexto para tratar de destruirlo. Pero el Señor prosiguió con su ministerio de gracia, y la multitud, entre la cual había extranjeros de Tiro y Sidón, continuó viniendo a él para oírlo y ser sanada.
Luego apartó a doce discípulos de entre aquellos que llamó a reunirse con él en el monte, y notemos la expresión: los estableció “para que estuviesen con él, y para enviarlos…” (comp. Juan 15:16). Estar con Jesús, ¡maravilloso privilegio y a la vez condición indispensable para poder ser enviado! ¿Cómo cumplir un servicio sin haber recibido la dirección del Señor previamente? (Jeremías 23:21-22). En este evangelio cada uno de los doce es nombrado individualmente, a fin de recordarnos que un siervo debe depender entera y personalmente de su Maestro para recibir dirección y socorro.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"