En la casa de Capernaum Jesús se dio a conocer, según el Salmo 103:3, como el que “perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias”. Con respecto al paralítico, Jesús cumplió, en el mismo orden, las dos partes de este versículo como testimonio para todos. Sí, Aquel que perdona los pecados –obra espiritual– y que da una prueba material de ello sanando la enfermedad, no puede ser otro que Jehová, el Dios de Israel.
Los publicanos recaudaban los impuestos para los romanos, lo que les procuraba a la vez su propia riqueza (guardaban una parte para ellos mismos) y el desprecio de sus compatriotas. Pero el Señor, llamando a Leví y aceptando su invitación, demostró que él no menosprecia ni rechaza a nadie. Al contrario, vino a buscar a los pecadores notorios, a los que no ocultan su estado (1 Timoteo 1:15). Se sentó a la mesa con ellos y se hizo su Amigo. Desde la caída, el hombre tiene miedo de Dios y huye de él a causa de su mala conciencia. Antes de salvar a su criatura, el primer trabajo de Dios consistía, pues, en acercarse a ella para ganar su confianza. Es lo que hizo Jesús al humillarse hasta encontrar al hombre miserable para hacerle comprender que Dios lo ama.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"