El evangelio según Marcos es el del Siervo perfecto, por eso en él no hallamos el relato del nacimiento del Señor Jesús, ni tampoco su genealogía. Para apreciar a un siervo, solo se tienen en cuenta sus cualidades de obediencia, fidelidad, prontitud, etc. Pero desde las primeras palabras de este evangelio Jesús es designado como el Hijo de Dios, a fin de que el lector no se equivoque en cuanto a la persona cuyo humilde servicio le va a ser narrado: se trata de un siervo voluntario.
Siendo en forma de Dios… se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo
(Filipenses 2:6-7).
Este primer capítulo se caracteriza por el frecuente empleo de expresiones como: luego, enseguida, muy pronto…
Precedido por el testimonio de Juan, Jesús se sometió al bautismo. A pesar de ser “santo, inocente, sin mancha” (Hebreos 7:26), tomó lugar en medio de pecadores arrepentidos. Pero para que no fuera confundido con ellos, Dios hizo oír desde los cielos una solemne declaración acerca de su “santo siervo Jesús” (Hechos 4:27, 30; V. M.): “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”, declaración que precedió su ministerio. No dice: En ti tendré complacencia. Luego Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado y atar al enemigo que nos tenía sujetos (ver 3:27). Adondequiera que el pecado nos había llevado, el amor y la obediencia condujeron a Jesús para liberarnos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"