Después de la sinagoga de Capernaum, la casa de Andrés y Simón fue el escenario de un milagro de gracia. Jesús siempre está dispuesto a penetrar en nuestras casas y brindarnos sus cuidados. Hagamos como los discípulos y hablémosle de lo que nos preocupa (v. 30).
Inmediatamente después de ser curada, la suegra de Simón se apresuró a servir al Señor y a los suyos. ¿No tenía ella ante sí el más grande ejemplo de servicio?
La noche llegó, pero para tan eminente Siervo la jornada no había terminado. Le traían a los enfermos e incansablemente los aliviaba y los sanaba. ¿Cuál era el secreto de esa maravillosa actividad? ¿De dónde sacaba Jesús esas fuerzas constantemente renovadas? El versículo 35 nos revela que era en la comunión con su Dios. Observemos cómo este Hombre perfecto empezaba su jornada (comp. Isaías 50, fin del v. 4). Pero al hablarle de su popularidad, dejó a la muchedumbre que tan solo se interesaba por ver sus milagros y fue a predicar el Evangelio a otra parte.
Más adelante Jesús curó a un leproso y le dijo exactamente de qué manera debía dar su testimonio, un testimonio según la Palabra (v. 44; Levítico 14). Pero aquel hombre actuó según sus propios pensamientos, en detrimento de la obra de Dios en aquella ciudad.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"