Con estas vehementes palabras el Señor condenaba solemnemente lo que puede llamarse «el clero» de Israel. Estos guías ciegos, que no solo no entrarían en el reino de los cielos, sino que además abusaban de su autoridad para impedir que los demás entraran, eran doblemente culpables (v. 13). Extremadamente escrupulosos por cosas muy pequeñas, descuidaban las principales: “La justicia, la misericordia y la fe” (v. 23). Con sus máscaras hipócritas engañaban a los simples. Jesús, lleno de indignación, descubrió su verdadero rostro: eran sepulcros blanqueados (muertos interiormente), “serpientes”, asesinos, hijos de asesinos.
Antes de salir del templo y dejar desierta esta casa donde Dios no tenía más su lugar, Jesús se expresó en términos patéticos acerca del juicio que caería sobre Jerusalén. Sí, podemos pensar en lo que habrá sido para su corazón sensible ese menosprecio a la gracia que ofrecía: “No quisiste” (cap. 22:3; Oseas 11:7). ¡Palabra abrumadora! Entre los que deberán oírla un día, ¿quién podrá hacer a Dios responsable de su desdicha? La salvación en Cristo le ha sido ofrecida y él no ha querido aceptarla.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"