Las limosnas (v. 1-4), las oraciones (v. 5-15) y los ayunos (v. 16-18) son tres de las principales maneras por las cuales los hombres creen cumplir con sus «obligaciones religiosas». Cuando estas acciones se hacen para ser reconocidos por los demás, la consideración que uno saca de ello, ya le sirve de recompensa (Juan 5:44). Pero ¡ay!, el corazón humano es tan malo que se sirve de las mejores cosas para darse importancia. Las más generosas donaciones… con tal que se vean, pueden ir a la par con el peor egoísmo: la contrición puede estar en el rostro… y el contentamiento de sí mismo en el fondo del corazón.
El Señor nos enseña cómo orar. No se trata de un acto meritorio, sino de la humilde presentación de nuestras necesidades a nuestro Padre celestial, en lo secreto de nuestro aposento. ¿A menudo nuestras oraciones no son frases maquinales o vanas repeticiones? (Eclesiastés 5:2). Sí, hasta la hermosa oración enseñada por nuestro Señor a sus discípulos (v. 9-13), la que estaba perfectamente adaptada a las necesidades de aquel momento, ha venido a ser una vana repetición para muchos. El hijo de Dios tiene privilegios que el israelita no poseía; puede acercarse en todo tiempo, por el Espíritu, al trono de la gracia en el nombre del Señor Jesús. ¿Aprovechamos este privilegio?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"