Estos versículos no se pueden leer sin sentir temor. El Señor no solo declara que no ha venido para abrogar la terrible ley de Dios que condenaba a todos, sino que da una interpretación aún mucho más estricta de la voluntad divina. Hasta entonces, un judío piadoso podía esperar merecer la vida eterna cuando más o menos había guardado estas cosas desde su juventud (Marcos 10:20). Ahora las palabras de Jesús acaban con sus ilusiones al respecto. ¿Si tales son las exigencias de la santidad de Dios, quién, pues, puede ser salvo? Sí, en este hombre incomparable estaba la plena medida de la justicia divina. Pero la misma persona que había venido para hacerla conocer, también había venido para cumplirla en nuestro lugar (v. 17; Salmo 48:8-10).
El antiguo judaísmo no se preocupaba por lo que Dios pensaba de la ira y de las miradas impuras; condenaba solo sus frutos extremos: el homicidio y el adulterio. Los mandamientos del Señor, al contrario, se remontan a la fuente de esos hechos culpables y nos hacen tomar conciencia de que ella está en nuestro corazón y es capaz de producir los mismos efectos (cap. 15:19). Antes de apropiarnos de la gracia es necesario que comprendamos cuánto la necesitamos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"