No nos olvidemos de que quien habla aquí es el Mesías, el Rey de Israel. Su enseñanza ha sido llamada la carta del reino, pues expone los requisitos que tendrán que satisfacer sus súbditos. Pero qué diferencia con las constituciones y los códigos de este mundo, los cuales están basados en la defensa de los derechos de las personas y en la regla egoísta: «Cada uno por su lado», mientras que la enseñanza de Jesús no solo establece principios de no-violencia, sino de amor, humildad y renunciamiento, absolutamente extraños al espíritu de este mundo. Algunos piensan que tales preceptos son inaplicables en la tierra, y que los cristianos que los realicen fielmente podrían ser víctimas indefensas a merced de cualquier abuso. Estemos seguros de que Dios sabría protegerlos. Además, tal comportamiento sería un poderoso testimonio capaz de confundir y hasta convertir a los que quisieran perjudicar al creyente. Los versículos 38 a 48 nos humillan y nos juzgan. ¡Qué distancia nos separa de Aquel que “padeció por nosotros, dejándonos ejemplo… quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”! (1 Pedro 2:21-23; véase también Santiago 5:6; Isaías 50:6). Lo que daba autoridad a las enseñanzas del Señor era que Él ponía en práctica lo que enseñaba (cap. 7:29).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"