Investido con el poder del Espíritu Santo, Jesús estaba preparado para cumplir su ministerio. Pero, como todo siervo de Dios, era necesario que primeramente fuera puesto a prueba. Para ello tuvo que enfrentarse con su enemigo. A fin de desviar del camino de la obediencia a un hombre de Dios, Satanás utiliza principalmente dos tácticas: presenta las cosas temibles del camino (Cristo lo viviría muy especialmente en Getsemaní), o, al contrario, ofrece objetos deseables al lado del camino. Fue lo que el diablo hizo en este caso. Hasta supo disfrazar su tentación bajo una apariencia de piedad: la acompañó con un versículo de la Palabra de Dios. Pero al citar el Salmo 91, versículos 11 y 12, se cuidó bien de no agregar el versículo siguiente que hace alusión a su propia derrota: “Sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón”. El áspid es la serpiente a la cual le fue anunciado que Cristo, la “simiente” de la mujer, le heriría en la cabeza (Génesis 3:15). Mientras que en el Edén el primer Adán sufrió una triple derrota a causa de “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16), en el desierto el Hombre perfecto triunfó sobre la serpiente antigua por la soberana Palabra de Dios (Salmo 17:4). Y porque “el mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"