Hay un último aliento para Gedeón: el sueño del madianita explicado por su compañero. Al mismo tiempo aprende una nueva lección: él no tiene más valor que un pan de cebada. Entonces, puede empezar el combate. En la noche, tres pequeñas tropas se distribuyen alrededor del campamento enemigo, cada una en su lugar. Observemos bien cuáles son las armas de esos extraños soldados: una tea encendida en el interior de un cántaro. En la otra mano una trompeta, como en Jericó. Ninguna espada o lanza: Jehová es quien combate
Para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros
(2 Corintios 4:6-7).
Este mismo pasaje compara a los creyentes con vasos de barro, cuya voluntad necesita ser quebrantada para que el tesoro resplandeciente (Cristo en ellos) pueda iluminar hacia fuera.
Con el estridente toque de las trompetas en la noche y el fantástico resplandor en la falda de la montaña, todo el campamento se despierta asustado. Presas del pánico, los hombres se matan unos a otros o huyen a donde pueden. Y empieza la persecución, acrecentada aún por otros israelitas que se unen a los trescientos.
La historia de Israel registra esta gloriosa página (Salmo 83:11). La peña de Oreb con el lagar de Zeeb recordarán a las generaciones venideras la liberación que allí obró Jehová.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"