Dios tenía muchos motivos para exigir la total destrucción de los enemigos de Israel. En particular, quería proteger a su pueblo de la influencia de la idolatría, propia de los cananeos. Moralmente, el mismo peligro existe para nosotros. Una parte de nuestro tiempo transcurre en contacto con personas inconversas: compañeros de trabajo, a veces ciertos miembros de nuestra familia. En general, no podemos evitar esas relaciones; pero debemos procurar que no ejerzan ninguna influencia sobre nuestra vida espiritual. Cuidémonos de las malas compañías (1 Corintios 15:33). Es necesario huir de ciertas personas, aun cuando se burlen de nosotros. De lo contrario no tardarán en acosarnos “hasta el monte”, como lo fueron los hijos de Dan (Jueces 1:34), impidiéndonos gozar apaciblemente de lo que Dios nos dio.
El Ángel de Jehová, Príncipe de su ejército (Josué 5:14), aguardó que Israel volviera a Gilgal, punto de partida de las gloriosas victorias de antaño; ¡pero ha esperado en vano! Entonces sube a Boquim, lugar de lágrimas.
Al comparar la actual debilidad de la Iglesia con su glorioso comienzo ¿no deberíamos asumir una actitud de humillación?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"