Por boca de Josué, Jehová previene a los jefes del pueblo de las consecuencias desastrosas que ocasionaría cualquier alejamiento (v. 12). En el versículo 13 varias imágenes sugieren los peligros que amenazan a los que se mezclan con el mundo. El lazo o la red empieza por hacer caer; el tropiezo (o la trampa) atrapa y retiene; el azote simboliza la servidumbre. Finalmente las espinas en los ojos son la cruel ceguera. Sansón, después de caer en la trampa, perdió sucesivamente, junto con su nazareato, sus fuerzas, su libertad, su vista y su vida.
Josué convoca a todo Israel y comienza por recordar los grandes momentos de su historia (cap. 24). Se remonta hasta un pasado lejano, no solamente hasta Abraham, a quien con mucho gusto Israel ensalzaba en su memoria como su antepasado (Juan 8:33, 39), sino hasta el padre de este, Taré, que había servido a los ídolos. Con esto Josué quería decirles que la idolatría no era privativa de las poblaciones que los rodeaban, sino que estaba en su misma naturaleza, que ellos no eran mejores que los demás. Una vez más dejemos que la epístola a los Efesios (cap. 2:1-3) nos hable: “Estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo… y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"