La diferencia entre el libro de Josué y el de Jueces es grande. El primero muestra a Israel tomando posesión victoriosa del país de Canaán. El segundo, al contarnos la historia del pueblo ocupando su herencia, aparenta continuar el tema. Pero desde el principio ciertas señales indican que ya no estamos en los tiempos de Josué. Sin dejar de conducirse celosamente contra el cananeo, Judá parece contar más con su hermano Simeón que con el propio Jehová. Y luego, el rey enemigo, en lugar de ser dado a muerte, es tratado con barbarie.
La página gloriosa que termina con la desaparición de Josué se da vuelta e inicia una época de decadencia.
Es lo que le sucedió también a la Iglesia. La fuerza y, en gran medida, la bendición colectiva han desaparecido. Pero Dios no cambia. Su poder siempre está a disposición de la fe individual. Otoniel nos da un ejemplo de ello al apoderarse de Debir. La bendición también está a nuestro alcance (1 Pedro 3:9 al final). Basta pedir como lo hace Acsa (Jueces 1:15). Para nosotros, la bendición emana del Espíritu de Dios, el cual, como esas “fuentes” fertilizantes prometidas en Deuteronomio 8:7, refresca nuestras almas por medio de la Palabra de Dios. Pidamos a nuestro Padre esta bendición.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"