Si nos hemos reconocido entre aquellos miserables que se hallaban “al otro lado del Jordán”, sirviendo a los ídolos de este mundo, volvamos a leer y admiremos ahora lo que Dios, “que es rico en misericordia”, ha hecho por los suyos (Efesios 2:4 y sig.). Porque sondearemos las profundidades de la gracia de Dios en la medida en que entendamos hasta qué punto necesitábamos de ella. La despedida de Josué hace pensar en la despedida de Pablo de los ancianos de la asamblea de Éfeso (Hechos 20:17 y sig.). El fiel apóstol también recuerda la gracia y el poder de Dios que da una herencia a todos los santificados (v. 32). Subraya la responsabilidad que ello encierra y exhorta a que se ande con cuidado, que se vigile (v. 28, 31). Puede invocar su propio ejemplo: sirvió al Señor (v. 19) y solo desea acabar ese servicio recibido de él (v. 24). Esa es también la conclusión de Josué. Su ministerio parece haber terminado. “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová”, declara exteriorizando una inquebrantable decisión de corazón. Josué habla en nombre de su familia: “Yo y mi casa serviremos” ¡Qué felicidad cuando el creyente y los suyos pueden servir al Señor juntos! Romanos 16:3-11 menciona unos ejemplos: “Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús… a los de la casa de Aristóbulo… a los de la casa de Narciso, los cuales están en el Señor”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"