La ley ha sido dada. Jehová no tiene nada más que añadir a ella. Ahora al pueblo le toca responder con un fervor verdadero y espontáneo. ¡Cuán precioso es para Dios ese primer amor! ¡“Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos”!, lo confirma a su siervo (v. 29). Más tarde, en el tiempo de Jeremías, evoca ese día feliz:
Me he acordado de ti… del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto.
Y con cuánta tristeza tiene que añadir: “Pero mi pueblo se ha olvidado de mí por innumerables días” (Jeremías 2:2, 32).
Sí, el pueblo habló bien; “bien está todo lo que han dicho” (v. 28). Pero Dios no se conforma con palabras. Nos juzgará según nuestros hechos. “Mirad, pues, que hagáis” (v. 32). Roguemos para que el Señor obre en nosotros “así el querer como el hacer” (Filipenses 2:13).
Ha sido trazado un camino del que uno no debe apartarse “a diestra ni a siniestra”. ¡Cuán fácil damos un paso fuera del camino de la obediencia, atraídos por algún objeto extraño o asustados por cualquier obstáculo! Imitemos a Josías, ese joven rey, cuya piedad brilla en medio de las tinieblas de la idolatría contemporánea. Fue el único que “anduvo en los caminos de David su padre, sin apartarse a la derecha ni a la izquierda” (2 Crónicas 34:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"