El amor de Dios no admite un corazón dividido ni comprometido con terceros. Es exclusivo en el sentido de que exige de nosotros una entrega total: corazón, alma, fuerzas; todo nuestro ser debe sentirse atraído por él. Ningún momento de nuestra vida debe escaparse de su influencia. En casa y fuera de ella, en la mesa, al levantarnos, al acostarnos y, en fin, cada instante de nuestra vida, nuestro querido Salvador debería poder ser el objeto de nuestros pensamientos y conversaciones (Salmo 73:25). ¡Pero cuán lejos estamos de ello! Sin embargo, el Evangelio nos presenta a Jesús, el modelo perfecto, en quien todo era para Dios. Oímos a Jesús citar “el primero y grande mandamiento” con la autoridad de Aquel que fue el único que lo cumplió perfectamente:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
(Mateo 22:37-38)
La Palabra de Dios estaba constantemente ligada a su corazón, de manera que cuando el enemigo se presentó en el desierto, ella fue en sus manos la espada segura para responderle. Con los versículos 13 y 16 Jesús tapó dos veces la boca a Satanás. De ahí la importancia de saber esos versículos de memoria. “Aprendedlos, y guardadlos, para ponerlos por obra”, declara el capítulo 5:1. El diablo no puede hacer nada en contra de las Escrituras cuando las citamos con el objeto de vencerle.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"