En Génesis 15:16 vemos que Jehová habló a Abraham sobre la iniquidad de los pueblos cananeos (véase también Deuteronomio 9:5). Pero todavía no había “llegado a su colmo la maldad” de estos pueblos. Fueron necesarios cuatrocientos años para que su mal madurara. ¡Cuán grande es la paciencia de Dios! Soporta desde hace casi dos mil años a un mundo que crucificó a su Hijo.
Las naciones que ocupan los dos lados del Jordán acaban de oír hablar de lo que Jehová ha hecho por Israel, mas no se han arrepentido. Entonces tiene que consumarse el juicio y no hay perdón para nadie. Los niños también perecen. Pero sabemos que si un niño muere, va al cielo (Mateo 19:14), de manera que se les ahorra una suerte mucho más espantosa que la muerte. Tenemos sobrados motivos para pensar que llegando a la edad adulta esos niños hubieran seguido las pisadas culpables de sus padres, las cuales los habrían conducido a la perdición.
Esas naciones eran enemigas de Dios y el pueblo debía destruirlas a causa de la gloria de Dios. El cristiano no es llamado, como Israel, a combatir contra los hombres. Lo que sí debe imitar es la amabilidad con la que Israel da aquí su testimonio (v. 26-29).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"