El largo peregrinaje de Israel por el desierto era el justo castigo por su incredulidad. Pero la duración del viaje también tenía otro motivo. Contando con valerosos guerreros, el pueblo corría el peligro de atribuir a sus propias fuerzas la conquista de la tierra. Fueron, pues, necesarios treinta y ocho años para que pereciese esa generación de hombres de guerra (v. 14). El capítulo 5 de Juan relata la historia de un lisiado al que Jesús sanó junto al estanque de Betesda. Fue también al cabo de treinta y ocho años que este infeliz renunció a cualquier socorro humano y reconoció: “No tengo quien…”. Entonces el Señor hizo que caminara.
Ahora que los adultos que salieron de Egipto han muerto, los que eran niños en aquel momento, de quienes el pueblo había dicho que serían presa, son los que van a entrar en el país (cap. 1:39; comp. con Números 14:3). Llevados en los brazos de Jehová, son más fuertes que los guerreros. Cuando las fuerzas del hombre han desaparecido, llega la hora de Dios (cap. 32:36). Él ha preparado unas victorias brillantes y manda decir al pueblo:
Levantaos, salid, y pasad el arroyo de Arnón… comienza a tomar posesión de ella, y entra en guerra con él.
(v. 24)
Dios se encarga de todo lo demás.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"