El desierto era grande y terrible. Pero, ¿cómo lo había atravesado Israel? En los brazos de Jehová (v. 31). A la siguiente declaración, que manifiesta la más negra ingratitud: “Porque Jehová nos aborrece, nos ha sacado de tierra de Egipto” (v. 27), escuchemos lo que Dios responde por boca de Moisés:
Dios te ha traído, como trae el hombre a su hijo.
(v. 31)
¡Qué ternura en esta comparación! El capítulo 13 de los Hechos (v. 18) lo completa: “Por un tiempo como de cuarenta años los soportó en el desierto”. Poderoso amor de un padre, profunda ternura de una madre. ¡Dios quiere ser todo para los suyos! (véase también Salmo 103:13; Isaías 66:13). ¿Y qué pide él como respuesta a semejante amor? Nada, excepto la confianza total de un niño que se deja llevar en los brazos de su padre. Otra prueba de la fidelidad de Dios era la manera en que había iniciado la marcha de su pueblo, reconociendo los lugares y guiándolo etapa por etapa (v. 33). Enviar a unos exploradores (v. 22), ¿no era desconfiar de esos diligentes cuidados?
Los incrédulos temores dan lugar a la ligereza y a la presunción, actitud que inevitablemente conduce a la derrota y hace derramar abundantes y amargas lágrimas (v. 45).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"