La Palabra, que discierne las intenciones del corazón, establece cuidadosamente la distinción entre los pecados “por ignorancia”, que resultan del desconocimiento de la Palabra o por despiste, y los pecados “con soberbia”, (v. 30) cometidos adrede y con desprecio a la voluntad divina. Para estos no había previsto ningún recurso, tal como lo demuestra el castigo del hombre que no hizo caso del sábado (v. 32-36).
¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos,
pide el salmista. Pero consciente de su debilidad, añade:
Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí…
(Salmo 19:12-13)
Con respecto al mal, el israelita tenía además un medio preventivo: la franja fijada en el borde de su vestido mediante un cordón azul, recuerdo de sus lazos con Jehová y permanente advertencia para no manchar su vestidura. ¡Hermoso símbolo de nuestro carácter celestial que jamás deberíamos olvidar! Así seremos guardados de pecar y de mirar “en pos de nuestro corazón y de nuestros ojos” (v. 39).
“Buscad las cosas de arriba… Poned la mira en las cosas de arriba…”, prescribe Colosenses 3:1-2. Allí Cristo –que debe ser suficiente para nuestros corazones– está sentado a la diestra de Dios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"