Este pueblo me ha despreciado, declara Jehová (v. 11, 23). Al desprestigiar “la tierra deseable” (13:32; comp. con Salmo 106:24), en realidad desprecian a Dios mismo. ¿Cómo, pues, hemos de calificar la actitud de tantas personas que desprecian una dádiva que es el cielo mismo, y a un donante que es Dios mismo?
Nuevamente interviene Moisés, como en el caso del becerro de oro. Esta vez tampoco se deja tentar por la oferta de hacerlo jefe de una nueva raza (v. 12; Éxodo 32:10 final). Desarrollando un argumento irrefutable, recuerda a Jehová que la grandeza de su nombre está en juego ante las naciones. Luego, valiéndose de lo que ha aprendido a conocer de Dios y retomando sus propias palabras (Éxodo 34:6-7), le recuerda que él es lento para la ira y grande en misericordia; también le sugiere que precisamente es el momento de perdonar la iniquidad y la transgresión. Donde no existe falta, el perdón no tiene razón de ser. Pero el pecado del hombre, el mío y el suyo, ha ofrecido a Dios la ocasión de desplegar su gracia. Hijos de Dios, ¿conocemos a este Dios que perdona? Él es nuestro Padre y tenemos a su lado un abogado lleno de amor: Jesús, nuestro Salvador (1 Juan 2:1).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"