No solo “contra Moisés y Aarón”, ni “contra Jehová” (v. 3, 11), pecaron Coré y sus hombres. También lo hicieron “contra sus almas” (v. 38). Así mismo ocurre con los incrédulos: ¡serán víctimas de ellos mismos eternamente! Un castigo repentino acaba de caer sobre estos cabecillas, y Dios vela para que no sea olvidado. Sus incensarios, fijados en el altar, son como señal para los hijos de Israel (v. 38). A pesar de esto, al siguiente día todo el pueblo se junta y murmura nuevamente contra sus dos conductores. Primero se levantó un dirigente: Coré, juntamente con Datán y Abiram. Luego se unieron a ellos doscientos cincuenta hombres. Ahora se subleva toda la asamblea (v. 41). ¡Cuán influenciable es el corazón humano! Ya vimos cómo diez espías fueron suficientes para arrastrar a todo el pueblo (cap. 13). Por eso en Gálatas 6:7 se nos advierte:
No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.
(Gálatas 6:7)
El castigo va a empezar. Como ocurrió en el versículo 4, Moisés y Aarón se postran sobre sus rostros; no pierden ni un minuto. Aarón, que había sido envidiado, insultado e injustamente acusado, hace propiciación por el pueblo con el único incensario válido. ¡Hermosa figura de Cristo, el supremo Intercesor!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"