Al contrario de los demás hijos de Israel, los levitas eran censados desde la edad de un mes. Pensemos en el pequeño Samuel, en Juan el Bautista (Lucas 1:15), en Jeremías (cap. 1:5). La puesta aparte precede al llamado para servir al Señor. El joven Isaías, en cuanto oyó la buena noticia: “es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”, estuvo dispuesto a responder espontáneamente al llamado del Señor:
Heme aquí, envíame a mí.
(Isaías 6:7-8)
Desde su visión en el camino a Damasco, Saulo aprendió de boca del Señor que estaba designado para ser “ministro y testigo” (Hechos 26:16). Ningún redimido pertenece a sí mismo. Si por gracia se ha vuelto de los ídolos a Dios, como en el caso de los Tesalonicenses, es “para servir al Dios vivo y verdadero…” (1 Tesalonicenses 1:9). La misma enseñanza se desprende del final de nuestro capítulo. Los levitas sustituían a los primogénitos de Israel, esto es, a aquellos que la gracia divina había guardado de la muerte en virtud de la sangre del cordero. Dicho de otro modo, cada redimido viene a ser siervo de Aquel que lo ha salvado de la muerte, que lo ha arrancado del poder del mundo y de Satanás. ¿Acaso no somos nosotros “primogénitos” en la familia de Dios por la abundancia de los privilegios recibidos? Que el Señor nos haga conscientes de sus derechos sobre nuestra vida (leer 2 Crónicas 29:11).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"