Los creyentes no son llamados a atravesar el “desierto” aisladamente. Para hacerlos conscientes de que son un pueblo, una familia, el Señor los reúne en torno suyo. Imaginémonos el campamento de Israel. Jehová ocupaba el centro del mismo; allí estaba el arca; la nube de su gloria permanecía sobre el tabernáculo. Alrededor de este, cada uno tenía su sitio asignado. Primero los levitas y luego, sin orden de preferencia, acampaban las doce tribus en grupos de tres, bajo una misma bandera en los cuatro puntos cardinales. Dios no es Dios de confusión, sino de orden (1 Corintios 14:33). En su soberana sabiduría
ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo (de Cristo), como él quiso.
(1 Corintios 12:18)
Ha determinado el sitio en donde quiere que cada uno de los suyos esté. ¡Que él nos conceda ocuparlo! Muchos creyentes han alzado banderas a su capricho o a su conveniencia. El nombre de un hombre, de una institución o de una doctrina les sirve de bandera, como señal de reunión que los distingue de los demás. Dios no reconoce esas denominaciones, esos pendones desplegados por el hombre. No reconoce más que el centro establecido por él mismo: Jesús, el “verdadero tabernáculo” que reúne a los hijos de Dios dispersos, “el señalado entre diez mil”, literalmente: alzado como pendón (Cantares 5:10).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"