Había, pues, en el transcurso del año unas ocasiones especiales de reunión y de fiesta para los hijos de Israel. Su servicio solo tenía lugar periódicamente. Por el contrario, el servicio en favor de ellos nunca cesaba. Las lámparas estaban preparadas continuamente (v. 3). ¡Qué felicidad pensar que aun cuando estamos demasiado ocupados en los asuntos de la vida para pensar en el cielo, cuando nuestra comunión eclipsa, la luz de Cristo, el divino candelero, no deja de brillar ante Dios en toda su luminosidad! Y, ¿qué es lo que ilumina? Precisamente a los doce panes ordenados sobre la mesa, los que representan al pueblo de Dios en su totalidad, reunido en un orden perfecto en el santuario santo.
El episodio del blasfemo y su castigo nos enseña cómo, a pesar de estar en un lugar privilegiado, la apostasía hará su acto de presencia en medio del pueblo, y tendrá una terrible sanción. “El Nombre” por excelencia fue blasfemado cuando el Hijo de Dios venido a la tierra fue insultado, rechazado y crucificado. Y lo será también en un futuro cercano cuando “el hombre de pecado”, el anticristo, se levante contra todo lo que se llama Dios. Mas el Señor Jesús lo “destruirá con el resplandor de su venida” (2 Tesalonicenses 2:8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"