La lepra en la casa es imagen del pecado en la asamblea, o incluso en aquello que lleva el nombre de Iglesia, la cristiandad en general. Mirando de cerca la asamblea de Éfeso, en el capítulo 2 de Apocalipsis, discernimos –o más bien lo hace el Señor, el gran Sumo Sacerdote cuyos ojos son semejantes a una llama de fuego– una pequeña mancha: el abandono del primer amor. Todo lo demás parece ser bueno: obras, trabajo, paciencia. Pero veamos lo que llega a ser este pequeño principio: una verdadera lepra en Pérgamo. Allí ciertas piedras de la casa están contaminadas con la “doctrina de Balaam”, y otras con la de los nicolaítas. Luego, el mal se desarrolla como una levadura en Tiatira, en Sardis, en Laodicea, la que representa el estado final de la Iglesia responsable, hasta que el Señor se ve obligado a anunciar: “Te vomitaré de mi boca” (cap. 3:16). La “casa grande” de la cristiandad profesante será rechazada, derribada.
El capítulo 15 prosigue con el tema de la contaminación. Bajo la imagen del “flujo” nos muestra todo lo que, en nuestra vida diaria, nuestro detestable carácter natural es capaz de manifestar para envenenar tanto nuestro entorno como a nosotros mismos. Gracias a Dios existe el remedio para purificarnos de ello: el sacerdocio ejercido en nuestro favor por el Señor Jesús (v. 15, 30).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"