La condición del leproso era terrible en Israel: echado del campamento sin ninguna esperanza de volver al mismo, separado de los suyos, obligado a proclamar su estado de miseria: “¡Inmundo! ¡inmundo!” Excluido de la congregación, es una imagen de lo que éramos nosotros, gentes de entre las naciones,
alejados de la ciudadanía de Israel… sin esperanza…
(Efesios 2:12)
Pero ahora el apóstol anuncia que hemos “sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13), lo que nos conduce a la obra de la purificación descrita en el capítulo 14. El evangelio nos muestra a varios de estos leprosos que imploraban la piedad del Maestro. Y Jesús, lleno de compasión, puso las manos sobre ellos y los sanó, mas él no se manchó por este contacto. Cristo no solo podía, sino que en su amor quería hacerlos perfectamente limpios (Mateo 8:1-3; ver también Lucas 17:11 y sig.). Del mismo modo, este querido Salvador puede y quiere, todavía hoy, purificar de todos sus pecados a quien se reconoce impuro.
La lepra en un vestido (v. 47-59) representa el mal que se puede insinuar en nuestras costumbres y en nuestro testimonio. ¡Que el Señor nos conceda vigilar para descubrir, y valor para “quemar”, dicho de otro modo, para juzgar el mal en cuanto aparezca!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"