“Será limpio”, concluyen los versículos 9 y 20. Aquí tampoco se trata de la opinión del leproso sanado. Dios declara puro y santo al pecador regenerado, para quien esta palabra debe bastar, aun si no experimenta ninguna emoción especial.
Habéis sido lavados… santificados… justificados en el nombre del Señor Jesús.
(1 Corintios 6:11)
Con respecto a las avecillas, imagen de la obra de Dios por nosotros, hacían falta dos cosas, figura de su obra en nosotros: el agua, poder purificador de la Palabra, y la navaja. El leproso rapaba su cabeza, su barba, sus cejas. Todo lo que recordaba la fuerza del hombre era puesto a un lado. Este trabajo del Espíritu, que nos conduce a juzgar lo que produce nuestra vieja naturaleza, se llama liberación.
La sangre del sacrificio se aplicaba en la oreja, en la mano y en el pie derecho del leproso sanado, exactamente como se hizo con el sacerdote el día de su consagración (Éxodo 29:20). De igual modo sucedía con el aceite. Luego se ungía al leproso con el resto del aceite (v. 18). Era el único en Israel, juntamente con los reyes y sacerdotes, que recibía esta santa unción correspondiente a la obra del Espíritu Santo en el corazón del rescatado (1 Juan 2:20). De unos pecadores manchados, pero lavados en su sangre, Cristo ha hecho un reino de “reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (Apocalipsis 1:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"