Ciertas manchas y enfermedades de la piel podían inducir a un error. Entonces el enfermo era encerrado durante siete días y luego era examinado para comprobar si se trataba o no de una llaga de lepra. ¡Nunca juzguemos con precipitación! Ejercitémonos en presumir el bien en los otros antes de juzgarlos. El amor “no hace nada indebido” (1 Corintios 13:5). Notemos que el enfermo no daba su opinión. Era el sacerdote quien veía y luego declaraba la naturaleza de la llaga. Poco importaba lo que el hombre pensara de sí mismo. Podía no sentir nada y creerse rebosante de salud, estando gravemente enfermo al mismo tiempo.
Cuántas personas ignoran que padecen la enfermedad llamada pecado. Nunca han considerado su estado a la luz de la Palabra de Dios; no se han presentado ante el Sacerdote. Él es quien establece la culpabilidad del hombre y lo declara irremediablemente perdido.
¿Dejaos del hombre… porque ¿de qué es él estimado?
(Isaías 2:22)
Pero el Sacerdote que comprueba así nuestro estado es también Aquel que se ocupa de ello en gracia, actuando como el gran Médico que ha dado a nuestras almas una curación total (Lucas 5:31).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"