Como para mostrarnos que los recursos divinos se han adelantado a la aparición del pecado, Levítico considera a los sacrificios y al sacerdote antes de considerar al pecado mismo. El capítulo 11 nos enseña a velar para no ser contaminados por la impureza exterior. Pero el mal no solo está a nuestro alrededor, también se halla en nosotros; el enemigo está dentro de la plaza, por así decirlo. El capítulo 12 nos hace tomar conciencia de su carácter hereditario.
He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.
(Salmo 51:5)
La naturaleza pecaminosa de Adán se ha transmitido a toda su raza; un niño recién nacido es un pecador en potencia antes de haber cometido algún acto culpable; por lo tanto necesita, igual que un adulto, del sacrificio de Cristo.
Los capítulos 13 y 14 hablan de la lepra, que, en la Biblia, siempre representa al pecado en su carácter de mancha. La lepra, ¡esta enfermedad que carcome, contagiosa e incurable, repugnante a la vista, que suprime la sensibilidad! A los ojos de Dios el pecado presenta estos diferentes rasgos. Se traduce en actos y palabras, incluso en los creyentes, ¡bien lo sabemos! Por ejemplo, en María se manifestó la maledicencia (Números 12:10); en Giezi la codicia y la mentira (2 Reyes 5:27); en Uzías el orgullo espiritual (2 Crónicas 26:20).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"