Los israelitas solo pudieron traer lo que no habían dado para el becerro de oro (cap. 32:3). Solo podremos poner al servicio del Señor aquello que no hayamos empleado para el mundo. No desperdiciemos nuestra juventud. ¿Quiénes eran los que daban?
Toda persona a quien su corazón le impulsó, y todo aquel cuyo espíritu le movió a liberalidad.
(v. 21 V. M.)
Amar al Señor, a la Iglesia, a nuestro prójimo es la condición principal, tanto para ejecutar un trabajo como para llevar una ofrenda. Lo que no procede del amor, generalmente no está bien hecho.
Ciertos trabajos podían hacerse en el hogar, en la esfera familiar; por ejemplo: hilar. No pensemos que trabajar para el Señor consiste necesariamente en convertirse en evangelista o misionero en países lejanos. Observemos el servicio de las mujeres. Si algunas no eran sabias como las del versículo 25, o no tenían la destreza para hilar como las del versículo 26, todas podían tener un espíritu de liberalidad, al igual que los hombres (v. 29), y ser impulsadas por su corazón (v. 26) a dar o ejecutar alguna cosa para el santuario (Tito 2:5).
A unos, Dios les ha puesto en el corazón la tarea de enseñar (v. 34). ¡Quiera él poner también en el corazón de otros la disposición a escuchar! Así podrá ofrecerse, con la colaboración de todos, un servicio inteligente.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"