Una vez reunidos los materiales y designados los obreros, la construcción del tabernáculo va a empezar. Tendremos ocasión de señalar algunas imágenes e instrucciones nuevas.
Las cubiertas son nombradas en primer término. La primera, hecha con las diez cortinas descritas en los versículos 8-13, se veía únicamente desde el interior, a la luz del candelero, cuando el sacerdote estaba en el lugar santo. Así, las variadas glorias de Jesús solo pueden ser vistas y apreciadas a la luz que da el Espíritu Santo y en la presencia de Dios. Por el contrario, bajo su cuarta cubierta, hecha de rudas pieles de tejones, el tabernáculo, a diferencia de los templos de la antigüedad (y de muchos edificios religiosos modernos), no tenía exteriormente nada que atrajese las miradas. Nos recuerda a Aquel que no tenía ningún parecer ni hermosura y que jamás hizo nada para agradar a los hombres (Isaías 53:2; Juan 5:41). Quiera Dios preservarnos de los ataques del mundo y de su forma de pensar, guardarnos de desear sus fugitivas glorias y de querer brillar más de lo que brilló nuestro Maestro.
Sólidamente sujetas sobre sus basas de plata, las tablas, imagen de los rescatados, nos hacen pensar en esta exhortación del apóstol:
Estad así firmes en el Señor, amados.
(Filipenses 4:1)
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"