No es posible estar en contacto con Dios y gozar de sus revelaciones de gracia sin que eso se traduzca exteriormente. El rostro de Moisés resplandece, aunque él mismo no lo sabe. Con un rostro feliz, cada hijo de Dios debería mostrar sin esfuerzo, a quienes lo rodean, la felicidad que él posee. Sí, ¡que el mundo pueda ver en nosotros algunos reflejos del amor de Jesús! Pablo explica a los corintios por qué Moisés ponía un velo sobre su rostro. Antes de que el Señor viniera, ni siquiera el reflejo de la gloria divina podía ser soportado por el hombre pecador, y debía ser escondido. Pero el velo “por Cristo es quitado”. Cuando Jesús vino, Dios pudo finalmente ser visto en Cristo en toda la gloria de su gracia. De forma que ahora, por la fe, contemplamos al Señor Jesús a cara descubierta y progresivamente somos transformados en su misma gloriosa imagen moral (2 Corintios 3:14, 18).
Otro privilegio de Moisés era que podía “hablar con Él”. La expresión se repite tres veces en esos versículos. ¡Qué honor para este hombre de Dios y qué demostración de intimidad! ¿No existe una relación entre el hecho de conversar habitualmente con el Señor y un rostro que resplandece? ¡Quiera Dios que podamos experimentar una y otra cosa!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"