Cuando Moisés pidió a Jehová que le mostrara Su gloria, sin duda esperaba tener una visión resplandeciente, como la descrita en el capítulo 24:10. Pero Dios le va a revelar algo mucho más precioso: “La gloria de su gracia” (Efesios 1:6). Se da a conocer a su siervo como el Dios misericordioso y hacedor de gracia (v. 6). Es como si Dios dijera: Llevo un nombre que me obliga a dispensar gracia. Pero notemos dos condiciones que nos permitirán aprovecharla.
1a. “Prepárate, pues, para mañana, y sube de mañana”, ordena Jehová a Moisés. ¡El Señor nos dé cada mañana esta disposición del corazón, tan necesaria para gustar su gracia! (Salmo 63:1-3).
2a. El hombre de Dios debe mantenerse en la hendidura de la peña, imagen de un Cristo herido, quien ahora dice a los suyos: “Permaneced en mí” (Juan 15:4). Pero la gracia de Dios no debe hacernos olvidar su gobierno. En el mismo versículo 7 aprendemos que Él perdona la iniquidad (por gracia), pero de ningún modo tendrá por inocente al malvado.
Jehová había declarado en el capítulo 33:
Yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz.
(Éxodo 33:3)
Precisamente por ese motivo Moisés reclama su presencia (v. 9). Después de la revelación de tan grandes glorias divinas: misericordioso, perdonador, es como si Moisés contestase: «El pueblo precisamente necesita un Dios como tú».
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"