A partir del versículo 32 estamos en el país de Canaán. En él hallamos a los jueces, los reyes, los profetas y la “grande nube de testigos” que nos rodea, que nos ha precedido y nos aguarda para entrar en posesión de lo prometido (v. 39-40). A través de los más sombríos tiempos, la antorcha de la fe ha pasado de mano en mano y nunca se ha apagado. Solo Dios conoce la lista de esos mártires olvidados y la tiene al día.
Cada uno tiene que integrar su propia página en el volumen de la fidelidad
escribió un creyente.
El ejército de la fe cuenta con exploradores (cap. 11) y con un Jefe prestigioso (cap. 12); nosotros somos la retaguardia. Nos llegó el turno de ingresar en esa «carrera de relevos». ¿Qué hace falta para correr bien? No tener carga ni estorbo. Empecemos por despojarnos de todo peso y bagaje inútil. Rechacemos el pecado, esa red que nos hace tropezar tan fácilmente. Pero además es necesario que un objeto nos atraiga hacia adelante como un irresistible imán. Pongamos nuestras miradas en Jesús, Guía y Modelo de la vida de la fe, su Autor y Consumador. Él también tenía un objeto delante de sí, más poderoso que la cruz, el oprobio y todo su sufrimiento: la “plenitud de gozo” que debía ser el broche final de la vida del hombre de fe según el Salmo 16:11.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"