El sacrificio de Isaac es una prueba de que Abraham creía en la resurrección (véase Romanos 4:17) y que amaba a Dios más que a su único hijo. La larga historia de Jacob se vislumbra por su bordón, algunas veces instrumento de pastor de ovejas y otras de peregrino o de cojo y, finalmente sostén del adorador (v. 21). De Isaac se podría pensar que su discernimiento fue muy tardío y de José que hubiera habido otra cosa que recordar más que esa simple recomendación acerca de sus huesos.
Pero cada uno de esos patriarcas proclama a su manera su segura esperanza de las cosas venideras. Moisés rehúsa… escoge… estima… porque tiene puesta la mirada en la remuneración (ver cap. 10:35). Deja… no teme… se mantiene firme porque ve al Invisible.
La fe es el único instrumento de medida que permite apreciar el verdadero valor y la relativa duración de todas las cosas. Pero al mismo tiempo, ella es la energía interior que da la capacidad de triunfar, tanto sobre los obstáculos –la ira del rey, el mar Rojo, Jericó– como sobre las codicias: los deleites del pecado o las riquezas de Egipto.
Sí, la fe es enérgica y audaz. Y si el ejemplo de Moisés nos parece demasiado elevado, seamos alentados por el de Rahab. Cualesquiera sean nuestras circunstancias, Dios aguarda un fruto visible de nuestra fe.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"