Una vez más Abraham y los suyos son elegidos por Dios para enseñarnos lo que es la fe. “Abraham, siendo llamado, obedeció…”. Obedecer a alguien sin conocer sus intenciones muestra que se tiene plena confianza en él. Cuando Dios lo ordena, la fe sabe “salir” (v. 8), pero también sabe morar (v. 9).
Es verdad que una vez el patriarca decidió morar “en Harán” (Hechos 7:4) cuando debió haber ido a Canaán, y otra vez resolvió salir para Egipto cuando habría tenido que morar en el país (Génesis 12:10). Pero Dios se complace en disimular esos pasos dados en falso; asimismo hace caso omiso de la risa de Sara, del triste fin de la historia de Isaac y del desagradable principio de la de Jacob. De la vida de los suyos solamente recuerda lo que le glorifica y solo la fe puede glorificarle.
En principio, no es posible poseer simultáneamente dos patrias. Por eso la promesa de una ciudad celestial había hecho de Abraham y los suyos unos extranjeros. No temieron confesarlo (v. 13; Génesis 23:4); pero también lo mostraron claramente al habitar en tiendas (2 Corintios 4:18; 5:1). No se avergonzaron de su Dios, y por eso él tampoco se avergüenza de ellos. Él reivindica ese nombre de “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”.
Lector, ¿tiene usted el derecho de llamarle “Dios mío”?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"