Por encima del efod, en la parte delantera, el pectoral estaba firmemente atado. Este llevaba doce piedras preciosas engastadas en oro, cada una con el nombre de una tribu, las que así se encontraban constantemente sobre el corazón de Aarón. Esta es una conmovedora imagen del lugar que ocupamos los redimidos del Señor. Estamos sobre sus potentes hombros, pero también sobre su corazón, ya que somos el objeto de su incesante ternura (comp. con Juan 13:23). Los nombres estaban escritos “como grabaduras de sello” (Cantares 8:6; Hageo 2:23).
“Continuamente” es una palabra que debe subrayarse en este capítulo (al final de los v. 29-30 (“siempre”) y 38). Al igual que estas piedras fijadas de manera inconmovible, nada puede hacer que los rescatados por el Señor se vean privados de Su fuerza (ver Juan 10:28) o de Su amor (Romanos 8:35).
Las piedras eran de diferente color, de modo que cada una reflejaba de manera particular la luz del mismo candelero. Así los rescatados del Señor reflejamos diferentes rasgos morales de Jesús. Y cada uno es precioso para Su corazón. Cuando estemos a punto de criticar a un hermano, acordémonos de que el Señor lo ama. Finalmente, para reflejar bien la luz del santuario, todas esas joyas –los creyentes– tenían que ser labradas y pulidas, lo que constituye el paciente trabajo del Espíritu Santo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"