Yendo del interior hacia el exterior –el camino de Dios hacia el pecador–, el tabernáculo contaba con un lugar santísimo inaccesible, en el que se encontraba solo el arca del testimonio (v. 33); luego tenía un lugar santo, separado del lugar santísimo por un velo. Este velo representaba la humanidad de Cristo (Hebreos 10:20), ese conjunto de glorias y perfecciones del que dan una idea los materiales utilizados. Los querubines bordados nos recuerdan a aquellos que prohibían al hombre el acceso al árbol de la vida (Génesis 3:24). Pero, a la muerte de Jesús, el velo del templo se rasgó, quedando así abierto al hombre un camino hasta la misma presencia de Dios.
Ante el velo estaba puesta la mesa y el candelero (v. 35), así como el altar de oro (cap. 30:6). La misma tienda estaba cerrada con una cortina, obra de recamador, pero sin querubines, pues los sacerdotes estaban autorizados a penetrar para cumplir su servicio. Finalmente, ante la tienda estaba erigido el altar de bronce. De grandes dimensiones, cuadrado, ese altar nos habla de la cruz y de la eficacia de ella. Era de madera de acacia (Cristo hecho hombre para poder sufrir y morir) y estaba cubierto de bronce (a fin de que pudiera atravesar la prueba del fuego del juicio divino contra el pecado). ¡Gloria a nuestro perfecto Redentor!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"