Sin duda, Pablo recordaba su primera visita a Filipos, la cárcel y los cánticos que allí entonaba con Silas (Hechos 16:24-25). Aunque otra vez estaba prisionero, nada podía quitarle su gozo, porque nada podía quitarle a Cristo. Lo mismo ocurría con su fortaleza: “Todo lo puedo” –dice, pese a sus cadenas– “en Cristo que me fortalece” (comp. 2 Corintios 6:10). Como él, aprendamos a estar contentos, cualesquiera sean las circunstancias: éxitos o dificultades, salud o enfermedad, buen o mal tiempo… estemos siempre contentos con el Señor.
Aunque muy pobres, los filipenses, por mano de Epafrodito, acababan de mandar una nueva ayuda al apóstol (leer 2 Corintios 8:1-5). Este les afirma, según su propia experiencia:
Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta,
pero no dice suplirá todas vuestras codicias. Compromete la responsabilidad de su Dios, como si endosara un cheque en blanco, sabiendo que dispone, para él y sus amigos, de un crédito ilimitado: nada menos que “sus riquezas en gloria” (v. 19; Efesios 3:16). Que Dios nos dé la aptitud correcta para experimentar el secreto del bienaventurado apóstol: la plena suficiencia del Señor Jesucristo hasta que por fin se cumpla el anhelo expresado en el Salmo 17:15: “Veré tu rostro… estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"